Ventanilla, de pueblo pescador a cooperativa dedicada a la protección de las tortugas

Carlota Calderón
6 min readNov 20, 2017
Liberacion de tortugas en Ventanilla, Oaxaca

Son las diez de la noche en Ventanilla, Oaxaca. Agustín apura su bebida junto a tres amigos en el porche de una humilde palapa a la entrada del pueblo. Como cada noche, se prepara para salir a patrullar la playa de La Escobilla después de una larga jornada de trabajo. El firmamento está huérfano de luna, y muestra en todo su esplendor las constelaciones de noviembre.

Agustín recorrerá hoy en quad los cinco kilómetros de arena blanca que unen la aldea con la desembocadura del rio Tonameca. Hay noches en las que hace el recorrido a pie, cuando el vehículo deja de funcionar por lo castigador que resulta el salitre del mar. “Es cansado” — reconoce, pero qué remedio. A nadie más que a esta comunidad zapoteca de apenas 150 vecinos le importa tanto la conservación de lo que hoy es su bien más preciado: los huevos de tortuga.

La historia de Ventanilla es una historia de cambio colectivo de conciencia. El pueblo estaba abocado a su desaparición tras la prohibición de la pesca de tortuga en 1990, pero una pequeña ONG con ideas sobre innovación social logró convencer a sus habitantes de que Ventanilla podía sobrevivir cuidando su patrimonio natural. Y así fue.

Hace 20 años, la pequeña aldea de dos calles, enclavada entre majestuosas rocas y fértiles manglares, se dedicaba casi en exclusiva a la pesca y a la venta de huevos de tortuga. Algunos pocos también vivían de los cocoteros.

El propio Agustín recuerda salir en lancha junto a compañeros de pueblos colindantes, como Mazunte y San Agustinillo, para cazar al mayor número posible de tortugas, un animal altamente cotizado en el mercado internacional.

La captura se llevaba al mercado de Zipolite, donde hasta los huesos se aprovechaban para hacer harina con la que alimentar a los animales. Carne, piel y caparazón se exportaban al Caribe y a la Ciudad de México. De ahí iban a Japón por toneladas al año. En las noches, los aldeaños se turnaban con el saqueo de huevos. Cada vez había menos pero, ¿quién iba a detener la avaricia del hombre?

Cómo la innovación social transformó Ventanilla

Visita a los manglares facilitada por un joven de Ventanilla

En 1990, la reforma del artículo 55 de la Ley de Pesca trató de frenar esta actividad. Entonces se constató que sólo ocho especies de tortuga habían logrado sobrevivir a la depredación del hombre. Tres de ellas desovan casi a diario en La Escobilla: la laúd, ya casi extinta, la prieta y la golfina.

Aunque celebrada por grupos ecologistas, la reforma del 90 cayó como un jarro de agua fría sobre el municipio de Santa Maria Tonameca, al cual pertenece Ventanilla.

De la noche a la mañana, se puso fin a la principal actividad económica de muchos de sus pueblos costeros. Ni el gobierno de entonces ni el de ahora se preocuparon por ayudar a desarrollar una alternativa para el sustento de los lugareños.

Además, las cada vez más frecuentes sequias y los devastadores huracanes amenazaban la existencia de este pueblo. Muchas familias se fueron.

Entonces llegaron del DF los del Ecosolar, que en 1990 era una pequeña ONG ecologista.

Agustín cuenta cómo Hector Marcelli, director de la misma, lloraba al ver cómo la comunidad seguía colectando huevos y pescando tortugas de manera ilegal para procurarse su subsistencia.

Marcelli vio el potencial que Ventanilla tenía como una zona de ecoturismo. Además de contar con la espectacular llegada diaria de tortugas a desovar, que puede ser de unas 300 al día en época de lluvias, el pueblo colinda con el estuario del rio Tonameca, también conocido como la laguna Ventanilla.

Este estuario se encuentra poblado de manglares que hacen de hogar para infinidad de aves y reptiles como la garza, el pájaro carpintero, el martin pescador, cocodrilos e iguanas. La laguna también produce una inmensa variedad de crustáceos y microorganismos que sirven de alimento para tortugas, peces y delfines que se acercan a alimentarse cuando llega la bocabarra, es decir, cuando se junta el agua dulce con el agua del mar en los meses de mayo y junio.

Además, a diferencia de otras zonas de manglares donde la vida salvaje permanece oculta tras la frondosa vegetación, los de Ventanilla exhiben su belleza al mundo en navegables caminos de agua estancada.

Es una auténtica joya de la naturaleza.

Agustín cuenta cómo al principio los del pueblo no confiaron en Ecosolar y su visión de convertir el desangelado lugar en una zona para de turismo sostenible.

¿Qué les convenció?

“Nos dijeron que otras personas vendrían y verían el potencial de Ventanilla como zona de ecoturismo. Crearían sus empresas, comprarían terrenos y en pocos años seria propiedad de otros. Sin embargo, si nosotros nos uníamos para proteger a la tortuga y a todo este ecosistema, nuestros hijos podrían heredar esta tierra y este modo de vida”, explica.

“Eso nos convenció.”

La creación de una cooperativa enfocada al ecoturismo

Turistas asisten a la liberación de tortugas de la especie golfina en Ventanilla, Oaxaca

El camino para la transformación de un pueblo cazador de tortugas a un pueblo enfocado al turismo sostenible fue largo.

Los de Ventanilla apostaron por la visión de estos extraños que proponían no ya un nuevo modo de vida, si no un cambio de conciencia.

Por su parte, Ecosolar también tuvo que transformarse de ONG ecologista a organización dedicada a la la creación de cooperativas para la conservación del medio ambiente y la mejora de los estándares de vida de sus miembros.

“Nuestro objetivo”, explica Marcelli, “era crear empresas en manos de la gente”.

El resultado en Ventanilla ha sido la constitución de la Cooperativa de Servicios Ecoturísticos, que en la actualidad cuenta con 17 socios, 10 asalariados y varios voluntarios.

Los otros ciento y pico habitantes también viven del turismo que llega a goteos de zonas más populares como Puerto Escondido, Huatulco o Mazunte.

“Todos dependemos de los turistas que llegan. Quien no está en la cooperativa, vende comida o ropa a los visitantes”, dice Agustín.

El reto ahora es conseguir otras fuentes de financiación.

La cooperativa se nutre exclusivamente del dinero del turismo, con el cual tiene que pagar un salario a sus empleados, realizar el mantenimiento del manglar y llevar a cabo el censo de especies.

Además, los del pueblo están ahora plenamente sensibilizados con la preservación de las tres especies de tortuga que llegan a desovar a Escobilla. Es por ello por lo que Agustín y otros dos o tres voluntarios buscan incansables cada la noche sus huevos en la arena.

En esta playa se han llegado a contar hasta 40 mil anidaciones en un solo día, lo cual sigue siendo un tentador botín para oportunistas saqueadores.

Sin apoyo gubernamental alguno, protección policial o remuneración, los de Ventanilla se enfrentan cada noche a los furtivos.

“El desvelo se hace pesado. Además, no estamos facultados para detener a personas. Algunos [de los furtivos] están ebrios, o ponen troncos y espinas para impedirnos nuestra labor. No es un trabajo fácil, pero siempre que vemos una tortuga o salvamos un nido, quedamos recompensados”, explica Agustín.

La pesca de arrastre, el saqueo ilegal, el consumo de huevos de tortuga, la inacción de los gobernantes y la propia ignorancia chocan contra la visión idealista de vivir en armonía con el medio ambiente en Ventanilla.

De momento, la tarea de conservar nuestro patrimonio universal está en manos del pueblo y de los que quieran acercarse a este bellísimo enclave a orillas del Pacifíco.

Ventanilla, Oaxaca

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Carlota Calderón

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